Page 35 - Telaranas
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gran sueño se cumple. Retornó a su relojería y le dio
el alimento al pájaro. Pero el ave ni siquiera hizo la

señal de haber advertido las cosas que iba poniendo
en su jaula.

—No te auguro un buen final —le dijo Bernardo,

mirándolo unos segundos—. Debes beber y comer si
quieres mejorar tu salud. ¿Me darás el trabajo de

arrojarte a la basura mañana? ¿Hice este gasto
descomunal por un caprichoso pájaro moribundo?


III



A las cinco de la tarde, Bernardo atrancó bien la
puerta y emprendió su habitual paseo en un atardecer

helado. Era lo mismo siempre. Compraba el periódico,
se bebía un chocolate o un café en una cafetería,

miraba las calles y analizaba los gestos. Era un hábito
extraño, pero así lo había comprendido. En Bogotá se

sentía a veces las sacudidas de las explosiones; pero
una guerra hace que otra no sea tan inquietante.

Además, sus recuerdos no podían irse con facilidad,
los recuerdos son más resistentes que todo en la vida;

se quedan para verte envejecer y te interrogan como

detectives en una celda oscura. Lo mejor es ponerse en
movimiento, hacer que la sangre no se empoce en los

recuerdos, porque si todavía tienes hambre de vivir,
debes hacer cualquier cosa. Y él aprendió a hacer

cualquier cosa por vivir; cualquier cosa por tener el
estómago un poco más lleno que los demás, cualquier

cosa por ganarle la lucha a los campos de exterminio.

La vida se puede valorar demasiado, incluso cuando
ya no es posible ponerle precio porque se ha puesto en

la picota de la humillación.
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