Page 8 - Telaranas
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so pena de atraer la ira de los dioses. El infante en su
barquichuela sería llevado por la corriente mar

adentro, cual pálido Moisés fluyendo en un gigantesco
Nilo con sal, que finalmente abriría su líquida boca

para engullir al humanito blanco, sin femenina mano

principesca para ayudarlo. Abandonado en el bosque,
su fin llegaría por las fauces de las bestias o por los

picos de pájaros e insectos, nunca por mano humana.
El temor al albino continúa hoy. Hace pocos días

leí una noticia en el periódico sobre el asesinato de
bebés albinos en un país africano. Los criminales

cortan pies y manos de los blancos infantes de rasgos

negros, los secan y los usan como amuleto de
protección. De nuevo el poder ominoso del albino se

pone en evidencia, aún en nuestros tiempos seculares.
Después de leer la noticia, recordé un cuento de

Théophile Gautier que había leído hacía poco. Se titula
El pie de la momia, y en él, tal objeto arqueológico de

procedencia egipcia es usado como pisapapeles: del
amuleto considerado como un adorno de biblioteca.

Mais revenons à nos moutons, como diría
Rabelais, a condición de que sean corderos rojos.

El caso es que me fascina el pelo rojo, no así el

resto del cuerpo albináceo y pecoso.
He estado pensando al respecto, recordando,

sentado en mi azotea, fumando, mientras miro a lo
lejos el cerro del Ajusco, su perfil de joven dormido

con su pico de águila erecto. Mi primer recuerdo con
un cabello rojo tiene que ver con una niña, en

Navidad. Mi padre, Santa Claus o el Niño Dios,

todavía no me queda muy claro, me había regalado
una bicicleta, que con entusiasmo y dolor muy pronto

logré manejar. Mis piernas quedaron marcadas con
moretones oscuros, verdosos y amarillentos, pero
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