Page 75 - Telaranas
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trastorno. Las velas caían, aquí y allá se derribaban
mesas y sillas, y se quebraban vasos y platos. En medio
del desconcierto, los más pequeños buscaban dónde
refugiarse. No faltó quien huyera horrorizado por el
cafetal o la oscura callejuela. Algunos presentes caían
de rodillas y, en medio de incoherentes plegarias,
daban gracias al cielo por aquel milagro. Finalmente,
la sensatez encontró la forma de manifestarse: la tía y
la madre de la pequeña se ocuparon de ella mientras
apelaban a la calma.
Rebeca había dejado de gritar, se cubría el rostro
con ambas manos y sollozaba vacilante. La madre,
entre pertinentes palabras y caricias, le ofreció un vaso
con agua. La niña bebió con avidez.
—Mami, tía, ¿por qué están todos aquí?, ¿y por
qué estoy dentro de esta caja?
—Todo esto, mi amor, es porque vos nos habías
dejado; pero ha ocurrido un milagro, y gracias a Dios
has vuelto.
—¿Creyeron que estaba muerta? No, tía; yo
estaba durmiendo, y no quería despertarme, porque
estaba soñando con abuelita. Era un sueño muy
bonito. Abuelita y yo estábamos en un lugar muy
lindo, había mucha luz y mucho silencio. Abuelita me
decía que me amaba mucho, que yo le hacía mucha
falta y que ella siempre me cuidaba. Pero después me
dijo que yo estaba en peligro, y que si no me
despertaba rápido me podía morir y que ella no quería
que eso pasara. Entonces me dio mucho miedo, y fue
cuando me desperté gritando y llorando.
Al escuchar aquel relato, algunos parientes
coincidieron en que la niña sí estaba muerta. La
abuela había fallecido dos años atrás, y ellos no
dudaban que el alma de Rebeca se había encontrado
mesas y sillas, y se quebraban vasos y platos. En medio
del desconcierto, los más pequeños buscaban dónde
refugiarse. No faltó quien huyera horrorizado por el
cafetal o la oscura callejuela. Algunos presentes caían
de rodillas y, en medio de incoherentes plegarias,
daban gracias al cielo por aquel milagro. Finalmente,
la sensatez encontró la forma de manifestarse: la tía y
la madre de la pequeña se ocuparon de ella mientras
apelaban a la calma.
Rebeca había dejado de gritar, se cubría el rostro
con ambas manos y sollozaba vacilante. La madre,
entre pertinentes palabras y caricias, le ofreció un vaso
con agua. La niña bebió con avidez.
—Mami, tía, ¿por qué están todos aquí?, ¿y por
qué estoy dentro de esta caja?
—Todo esto, mi amor, es porque vos nos habías
dejado; pero ha ocurrido un milagro, y gracias a Dios
has vuelto.
—¿Creyeron que estaba muerta? No, tía; yo
estaba durmiendo, y no quería despertarme, porque
estaba soñando con abuelita. Era un sueño muy
bonito. Abuelita y yo estábamos en un lugar muy
lindo, había mucha luz y mucho silencio. Abuelita me
decía que me amaba mucho, que yo le hacía mucha
falta y que ella siempre me cuidaba. Pero después me
dijo que yo estaba en peligro, y que si no me
despertaba rápido me podía morir y que ella no quería
que eso pasara. Entonces me dio mucho miedo, y fue
cuando me desperté gritando y llorando.
Al escuchar aquel relato, algunos parientes
coincidieron en que la niña sí estaba muerta. La
abuela había fallecido dos años atrás, y ellos no
dudaban que el alma de Rebeca se había encontrado